¡Parecer no es igual a ser!

Esta semana escribo sin sentido porque hasta el sentido he perdido por haberte conocido. Proverbio Martiniano.

Anoche viendo Diamante de Sangre por quinta vez (y llorado igual que la primera, por lo injusto que es que Leonardo DiCaprio muera en casi todas las películas), me ponía a pensar en todas las mujeres que sueñan con tener una gran piedra en su dedo anular, luciéndola como si fuera el triunfo más esperado de la vida, como si al lucirlo le demostraran a las demás que son unas perdedoras, como si se hubieran tatuado en las falanges "Soy mejor que tú, perra".



Algunos pensarán ¡Martina es una resentida, porque en vez de media naranja le tocó un cuarto de limón mal cortado! y tienen razón. Pero mi resentimiento no es contra las mujeres del diamante, sino con aquellas que dicen no necesitarlo (y no hablo de la piedra literalmente) hablo de aquellas que suelen decir "Yo no necesito un hombre que me joda la vida", no solo me dan risa sino ternurita. Porque hasta la más feminista necesita de alguien que le sobe algo más que la mano. Tampoco crean que hablo de la dependencia o del matrimonio (porque esos temas tan álgidos necesitan su propia cápsula), hablo en sí del gusto por los hombres. Ese eterno "me gusta ese man", "me invitó a salir", " nos dimos besos", "paso lo que tenía que pasar" y luego drama, drama, drama.

La que dice que no necesita de un hombre que le joda la vida, suena aún más resentida que yo  y lo dice porque cree que el enamoramiento es absurdo, sin embargo yo misma lo creía, hasta que... "Oye que bonita sonrisa" y ya, hasta ahí me llegaron mis cuentos separatistas masculinos, porque uno no puede ir por ahí gritando: "De ese jugo de naranja no beberé", aunque al final resulte ser una gota de jugo de limón en un ojo.

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